Cuando en el año 2012 Leonel Fernández abandonó el poder dejó las finanzas públicas corroídas por el cáncer de un déficit fiscal de 156 mil millones de pesos, como publicó El Caribe del 14 de noviembre de ese año.
Leonel dejó un gobierno quebrado, que ilustró su sucesor Danilo Medina afirmando que había recibido “un maletín lleno de facturas” por pagar.
A esa quiebra del gobierno se agregó que cumplidos tres mandatos de gobierno casi ininterrumpidos (1996-2000, 2004-2012), Fernández dejó al país sin eficientes sistemas de educación, salud, seguridad social y ciudadana; sin adecuados sistemas de agua potable y electricidad; en caos medioambiental y del tránsito vehicular; sin estrategia agropecuaria; y un alto desequilibrio fiscal.
Es cierto que esas son deficiencias de las llamadas estructurales, que encontró al llegar al poder, pero en ningún caso empezó siquiera a darle solución, como está haciendo el presidente Luis Abinader en varias áreas, como al iniciar el saneamiento del Poder Judicial, el corte por lo sano de la corrupción gubernamental, la reforma de la Policía Nacional, y muchas otras.
En resumen, los gobiernos de Leonel dejaron al país en la bancarrota, testimoniado el dato por quien fuera su socio principal en la dirección peledeísta que heredó a Juan Bosch.
Pero no fue sólo el deterioro de todos los servicios públicos el principal fracaso de Leonel como fracasado gerente del estado.
No.
Lo peor de todo fue el descalabro institucional, la bancarrota de las instituciones que deben garantizar el marco jurídico a partir del cual debe producirse el desarrollo social y humano de los pueblos.
Leonel llevó sus amigotes y compañeros de partido a encabezar las principales instituciones estatales, como en los casos de la Procuraduría General de la República, la Junta Central y el Tribunal Superior Electoral, eliminó el sistema contralor de los bienes públicos y generó un ambiente de desconfianza y de desorden en el país, todo lo cual quiso asordinar con miles de bocinas y de medios distorsionando la realidad nacional.
La corrupción y la impunidad de los gobiernos del PLD que conceptualizó Leonel, ya como presidente de la República o como presidente y líder del partido de gobierno, llevaron la descomposición moral y ética al extremo de provocar las grandes marchas verdes que contribuyeron a la expulsión del poder de los morados, y ahora verdes, de manera desvergonzada.
El sábado Leonel se inscribió sin competencia alguna para aspirar, otra vez, a la Presidencia de la República. El llamado partido Fuerza del Pueblo, que lo sustenta, tiene por principio y fin servir a sus exclusivos designios de caudillo impenitente en procura de cancelar su insaciable ambición de poder.
Esa inscripción es una vergüenza pues pregona al mundo la falsa idea de que en República Dominicana no existe una generación política de relevo y que aparte de Leonel no hay ningún otro dominicano en capacidad de aspirar o ser presidente de la República.
Porque ya fue presidente de la República en tres ocasiones y candidato otras tantas, y en su ambición llevada al desenfreno llegó al extremo de dividir a su Partido de la Liberación Dominicana, cuando escogió a otro candidato que no era él.
Leonel, fracasado como gerente gubernamental, caído de los altares como gran líder nacional, un perdedor que sólo supo ganar cuando lo impuso el presidente Balaguer o lo impulsó Danilo, quizás pueda irle bien logrando alguna recaudación, de vivo, pero como candidato presidencial ya lo que da es vergüenza ajena.
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