El gigante dormía, pero ahora está despierto


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EL AUTOR es escritor. Reside en Nueva York
Prefacio
Durante el período de la Edad Contemporánea (1789 hasta el presente), dos sucesos históricos han calado profundamente en la conciencia colectiva de los ciudadanos de los Estados Unidos, y los mismos generaron también expectativas, asombro e incredulidad  a nivel global como siempre sucede con todo lo relativo a la gran nación del norte. Estos acontecimientos fueron:

1- )  El certero  bombardeo a Pearl Harbor realizado el 7 de diciembre 1941, en Oahu, Hawai, por parte de la Armada Imperial Japonesa en contra de la base naval de los Estados Unidos situada en esa isla del Pacífico.
2- ) El  ataque terrorista que destruyó el World Trade Center en la ciudad de Nueva York el 11 de septiembre 2001, considerado el más grande y devastador en su historia y que, desde entonces, cambió radicalmente el curso de la historia para la nación norteamericana y su relación con el resto del mundo.
Como sabemos, en base a los hechos históricos registrados en torno al primer acontecimiento, para cuando se dan los motivos que conllevan a la Segunda Guerra Mundial, hacía poco que los Estados Unidos acababa  de salir de una profunda recesión que comenzó a plenitud en el 1929. Esa nación estaba concentrada en su rehabilitación, en desarrollar todo su potencial que tenía y en forjar su futuro en base al desarrollo tecnológico e industrial para dinamizar la economía.
Bajo ese tenor, la Unión Americana no estaba inmiscuida de lleno en los apogeos y aprestos de la Segunda Guerra Mundial entre Europa, la Alemania Nazis de Adolfo Hitler Pölzl,  la Italia fascista de Benito Almicare Andrea Mussolini  y  el Imperio Japonés con el general Hideki Tojo como primer ministro del Japón al mismo tiempo que encabezaba el ministerio de Guerra para la época. Esta alianza fue lo que el mundo conoció como “El Eje” formado por Roma-Berlín-Tokio.
En el primer caso, los Estados Unidos fueron sorprendidos no solamente por lo efectivo y rápido que fue el ataque aéreo-naval de la Armada Imperial del Japón en contra de sus flotas navales estacionadas, sino que, dado que ellos no estaban participando en el conflicto global,  se daba por entendido que no tenían porqué temer de un ataque militar de una de las naciones envueltas en la contienda bélica y mucho menos con la envergadura a que fue sometido.
Este rasgo de ingenuidad de los Estados Unidos le costó muy caro: 2,402 militares muertos, 4 acorazados hundidos y 3 dañados, 3 cruceros destrozados, dos barcos hundidos, tres destructores dañados, 190 aviones destruidos y, 1247 heridos. Por demás,  con el orgullo patrio muy impactado.
Pero, curiosamente y como si fuera prediciendo el futuro, el almirante japonés Isoruro Yamamoto, el hombre que planificó el ataque a Pearl Harbor, no veía la razón para involucrar a los Estados en la guerra en virtud de que no había un sentido estratégico válido. Por esa razón, mientras la oficialidad japonesa celebraba eufórica la vitoria del ataque, el almirante Yamamoto dijo una frase la cual quedó inmortalizada en la posteridad y, sobre todo, porque sus temores se cumplieron con suma precisión: “Me temo que hemos despertado a un gigante dormido”. Yamamoto no se equivocó y así sucedió.
En efecto, los días 6 y  9 de agosto de 1945, la humanidad conoció por primera vez y el Japón lo sintió en carne propia, el lanzamiento de las primeras bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, las cuales motivaron al Japón a rendirse a los Estados Unidos. Murieron 246 mil personas en ambas ciudades y de paso, la Unión Americana entró a la Segunda Guerra Mundial. dando con su presencia y en unión de sus aliados europeos, una derrota al llamado “Eje”. Japón lamentó profundamente su gran error y pagó con un alto costo en vidas y bienes su osadía.
Ya en una época más reciente, se dio el segundo acontecimiento y en esta ocasión, con un alto sesgo de terrorismo islámico. En efecto, el 11 de septiembre del 2001, la población estadounidense y el mundo se estremecieron ante el secuestro de varios aviones en el propio espacio aéreo de los Estados Unidos, para posteriormente y en un acto suicida al estilo kamikaze,   arrojarlos en contra de objetivos civiles y militares.
Solo dos objetivos fueron logrados: Las Torres Gemelas en New York y una parte del Pentágono en la ciudad de Washington D.C., causando en total las muertes de más de 3 mil personas e impactando como nunca jamás se había hecho en las mentes de los ciudadanos de la gran nación norteamericana, la que nunca pensó que fuera atacada con tanta magnitud en su propio territorio. En ambos casos, los Estados Unidos estaban dormidos y muy confiados frente a las amenazas latentes que siempre ha generado  en aquellos que les han envidiado por su grandeza, su principalía mundial, su gran democracia y su estilo de vivir.
El síndrome de Estocolmo con sabor islámico
Un 23 de agosto de 1973, Jan Erik Olsson trató de asaltar el Banco de Crédito de Estocolmo en Suecia y, al verse acorralado por las autoridades, tomó de rehenes a tres mujeres y a un hombre que eran empleados de la institución. El asaltante,  amenazó las vidas de los rehenes llegando a ponerles una soga al cuello y, de manera inexplicable, los rehenes procedieron a proteger al agresor para impedir que la policía lo atacara. Fue algo tan inusual, que una de las rehenes manifestó: “No me asusta Erik; me asusta la policía”.
A raíz de esta extraña conducta, en donde las víctimas se identifican con sus victimarios y llegan a defender y se ponen en contra de quienes trataron de ayudarlos y socorrerlos, el siquiatra Nils Bejerot quien a la sazón ejercía como asesor de la policía sueca, implementó el término “síndrome de Estocolmo” que se define como: “Reacción sicológica en la cual la víctima de un secuestro o una persona retenida en contra de su voluntad, desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con quien la ha secuestrado”. Un caso similar se repitió un año después cuando Patricia Hearst, nieta del millonario William Randolph Hearst  secuestrada por el Ejército Simbionés de  Liberación se unió posteriormente al grupo sedicioso y posteriormente asaltaron un banco.
Con estos dos hechos de la historia reciente, he querido hacer un paralelismo que aunque no hay un secuestro físico, sí existe un secuestro mental y una afinidad ideológica incentivada en gran medida por los líderes visibles del Partido Demócrata, entre los cuales se destacan la senadora Nancy Pelosi,  Bob Menéndez, Chuck Schumer y Bernie Sanders entre otros, los cuales, con tal de torpedear todas las iniciativas del presidente Donald Trump, pretenden ignorar las labores de zapa desestabilizadora, las acciones terroristas de naciones como Irán y las de aquellos gobiernos y dictaduras que son acérrimos enemigos de esta nación, de la paz y del mundo occidental.
Ni que decir de aquellos ingratos ciudadanos inmigrantes,  hipócritas, vividores, arribistas y oportunistas,  que llegan a este gran país en busca de las oportunidades de progreso, de libertad y de cumplir metas de progreso mediante el sueño americano,  el cual se les hace muy cuesta arriba en sus naciones de orígenes, para después  identificarse y mostrar sus afectos y adhesiones  con países, gobiernos y organizaciones terroristas que atentan contra los Estados Unidos.
La crisis de Irán: mucha espuma y poco chocolate
El miedo es una emoción que fluye ante una percepción de peligro en todo ser vivo y tiene tres respuesta como mecanismos de defensa: el ataque, la huida o la parálisis. A las dos últimas es por lo que abogan los terrorista. Buscan causar miedo, terror, ansiedad y paralizar las actividades de toda una sociedad. En eso, naciones como Irán y organizaciones terroristas como Hamás y Hezbollah, son expertas en ello.
Hace poco el gobierno de Donald Trump ejecutó mediante un ataque con drones al estratega iraní Qasem Soleimani al cual yo lo defino como un asesino y terrorista con uniforme de general. Este extremista lideraba el ala de las operaciones exteriores de la Guardia Revolucionaria de Irán, conocida como Fuerza Quds, declarada por los Estados Unidos como grupo terrorista. Soleimani desde hace tiempo había sido objetivo militar y los presidente Bush y Obama se les presentó el plan y ambos lo rechazaron hasta que  lo hizo Trump. De esa forma se hizo justicia por todos los actos de terror y crímenes que recaían en los hombros de este maléfico personaje y a la muerte del contratista norteamericano, crimen que no les importó a los liberales del Partido Demócrata, pero que sí deploraron la muerte de terrorista general mediante expresiones políticas penosas.
Posterior a ellos, salieron a relucir las bravuconadas y amenazas del Estado terrorista de Irán como era de esperarse e inmediatamente la prensa y las bocinas liberales, los inmigrante arribistas y oportunistas y los que el miedo les hace desplazar de su cerebro el razonamiento lógico para dar paso a los juicios estúpidos y pueriles, creyeron que ya la tercera guerra mundial había llegado, los Estados Unidos iban a ser barridos del mapa y el mundo sería un caos. Esos alaridos de perro bravo me hicieron recordar “La madre de todas las batallas” de Saddan Hussein que sabemos como terminó. Lo mismo que las amenazas de Gadafi, el machete de Noriega y la osadía de Osama Bin Laden.
Como ha quedado evidenciado, Irán no va hacer nada más de lo que siempre ha hecho: atacar objetivos civiles, militares y embajadas de los Estados Unidos y naciones afines mediante actos terroristas sin importar si mueren civiles inocentes. Para ello hay más que razones de peso:
  1. a) Irán no está en capacidad ni militar ni económica de sostener y adentrarse a una guerra con los Estados Unidos.
  2. b) Sus misiles son de corto y medianos alcances sin peligro alguno para el territorio de la Unión Americana.
  3. c) Su fuerza aérea, naval y terrestre jamás pueden compararse a la de los Estados Unidos en el aspecto militar convencional y mucho menos, en el ruedo nuclear del cual carece.
Por las razones indicadas, ya vimos la pobre respuesta a la supuesta “venganza” por la muerte de la ejecución del general asesino: lanzaron una docena de cohetes a la Zona Verde en Bagdad  contra dos bases militares norteamericanas, pero tuvieron el cuidado de avisarle al ejército iraquí y como era de esperarse, los norteamericanos tomaron los recaudos pertinentes.
Como dice el refrán: guerra avisada jamás matará un soldado. Fue la manera más simbólica de complacer a sus “masas enardecidas” y sus militantes fundamentalistas, ya que  Irán tuvo el cuidado de disparar pero sin matar a nadie. Saben muy bien que, si unos de esos cohetes mataba a soldados norteamericanos la respuesta de Donald Trump iba a ser contundente, mortal  y destructiva para esa nación del califato islámico. Los Estados Unidos ya no serán sorprendidos como sucedió en Pearl Harbor, ni se infiltrarán como pasó el 11 de septiembre y ahora hizo lo que hace su hermano menor Israel: ataca primero al enemigo antes que este lo ataque a ellos. Por eso afirmo, con sobradas razones que las amenazas de Irán y sus promesas de feroces ataques, fueron mucha espuma y poco chocolate.
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